1. Introducción
La revolución conductista en la ciencia política, en los años 1950 y principios de 1970, fue una reacción frente al viejo institucionalismo, que consistía fundamentalmente, en el estudio de los detalles que configuraban diferentes estructuras administrativas, legales o políticas. Los conductistas entendían que para dar cuenta de los resultados de la política, comprenderla, los análisis no debían enfocarse a los atributos formales de las instituciones gubernamentales, sino en la distribución informal del poder, en las actitudes y en el comportamiento político. Sin embargo esta postura no permitía explicar los comportamientos y actitudes políticos y la distribución de los recursos entre los grupos contendiente; así como tampoco la respuesta al porque los grupos de interés con características y preferencias similares no siempre podían influir en la decisiones políticas de la misma manera, en un contexto nacional y no en otros. Emergen así los nuevos institucionalismos.
A mediados de los años 80 se produce un redescubrimiento del Estado, que se asocia con lo que se han dado en llamar neo institucionalismo; es decir, se produce una revalorización de los elementos institucionalistas del Estado, recuperando al Estado como telón de fondo. El enfoque noeinstitucionalismo plantea que el poder o la fortaleza de un Estado no depende únicamente del grado de imposición que tenga sobre la sociedad o el grado de arbitrariedad de sus decisiones, sino que su poder y su fortaleza depende de ciertas características y/o capacidades internas del Estado. Esta revalorización del Estado tiene claras resonancia weberianas.
2. Concepto
Esta línea de estudio, supone un resurgimiento del estudio de las instituciones olvidado durante décadas por las diferentes disciplinas (ciencia política, sociología y economía); aunque adoptando una nueva forma, que queda plasmada desde el inicio, en el propio termino neoinstitucionalismo. Adopta la etiqueta de nuevo para incidir en las diferencias con la anterior corriente “institucionalista”, tanto en la definición como en las técnicas de análisis; por tanto ni las instituciones que se estudian ni los métodos que se aplican son los mismos.
Esta nueva corriente de investigación centra su atención en los aspectos sustantivos, es decir, hasta qué punto las instituciones influyen, condicionan, estructuran o determinan las preferencias y estrategias de los actores o los resultados del juego político. No es de extrañar que de acuerdo con estos criterios, la definición de instituciones sea tan amplia como difícil de aplicar. Tal como establece North (1993), “Las instituciones afectan al desempeño de la economía y reduce la incertidumbre por el hecho de que proporcionan una estructura a la vida diaria. Constituyen una guía para la interacción humana”
El neoinstitucionalismo plantea las siguientes cuestiones.)¿Por qué importan las instituciones? ¿Son las instituciones productos del diseño o de la evolución social?¿ qué intereses promueve las instituciones: los de un grupo o los de toda la sociedad?. La relevancia de las instituciones estriba en que conforman el principal medio y eje a través del cual se estructuran, no solo la democracia, el sistema político, sino además y de manera especial, las prácticas políticas, conducta, reglas, normas, rutinas, códigos y así también los procesos de sociabilización, participación e interacción social y política.
Las diferentes propuestas dentro de esta línea de investigación, son susceptible a agruparse en dos modelos, cuya diferencia radica en el papel que se le asigna a las instituciones. Uno de ellos considera que las instituciones son exteriores al actor, el cual es consciente de tal distancia y por consiguiente puede actuar sobre las instituciones con el fin de cambiarlas o bien mantenerlas al fin de asegurar los resultados de política pública favorables a sus intereses. Dentro de este primer modelo se encuadran autores como D. North o W. Powell.
En el segundo modelo las instituciones forman parte misma del actor, a través de prácticas y rutinas; modelando tanto las estrategias como sus preferencias. En tal sentido, este no puede distanciarse fácilmente, de las instituciones ni originar cambios institucionales consiente. En esta línea están los estudios de March y Olsen.
Además, el nuevo institucionalismo, que trae consigo un regreso a los estudios del pensamiento institucional, lleva implícitamente una nueva metodología institucional descriptiva, que en los años 90 se proyecta como enfoque apoyándose en la política comparada.
En definitiva, el neoinstitucionalismo conformaría la expresión más directa de la ruptura disciplinaria tradicional entre la economía, la sociología, la historia y la ciencia política en una visión netamente “Transdisiplinaria”. Además debe ser entendido como un enfoque sumamente dinámico, puesto que se parte de la premisa de que las instituciones son una creación humana, por lo que evolucionan y son alteradas por los seres humanos.
3. Corrientes neoinstitucionales
El relanzamiento de los estudios de las instituciones no ha sido privativo de la ciencia política. Según Peter Hall y Rosemary Taylor, la variedad de análisis dentro del neoinstitucionalismo, permite distinguir tres corrientes:
a. Institucionalismo histórico
b. Institucionalismo racional
c. Institucionalismo sociológico
Pero en realidad dado que la hipótesis central del nuevo institucionalismo (en cualquiera de sus tres versiones), es que las instituciones median entre el poder y los resultados políticos, los análisis neoinstitucionalistas “descubren” las instituciones caso por caso.
a. El institucionalismo histórico.- La naturaleza del Estado, la fortaleza o debilidad de sus instituciones, la autonomía de los gobiernos y las burocracias respecto a los otros poderes del Estado, o la configuración del poder legislativo y judicial se convirtieron en un elemento explicativo sumamente recurrente en las investigaciones de Ciencia Política. Para los nuevos institucionalistas históricos, “Las instituciones configuran las estrategias y los objetivos de los actores y median en sus relaciones de cooperación y conflicto. Mediante estas vías, estructuran el juego político y condicionan decisivamente los resultados del mismo” (Steinmo, Telen y Longstreth, 1992). Estos autores no han adoptado el individualismo metodológico y supuesto de racionalidad económica como punto de partida, sino que han seguido creyendo en, y apostando por la capacidad explicativa de las estructuras frente a las acciones individuales. En oposición a la “teoría de la elección racional”, los partidos del nuevo institucionalismo histórico han sostenido que las instituciones “definen” las preferencias, y que estas solo pueden ser entendidas como un producto del contexto político, social e histórico, y que las acciones de los individuos están más orientadas hacia la satisfacción de normas y valores que hacían la maximización de beneficios personales o individuales. De esta manera al comentario que la “teoría de la elección racional”, lo relevante para el institucionalismo histórico, no es que los actores se comporten racionalmente dentro de unas estructuras sobre la base de unas preferencia dadas (exógenas), sino como explicar el seguimiento de dicha instituciones, los cambios (endógenos) en las preferencias de los actores, las transformaciones institucionales y su impacto sobre el curso de la historia. En conclusión, para la perspectiva neoinstitucionalista histórica han sido recurrente las consideraciones a cerca de la influencia de las ideas que albergan los actores políticos, las consecuencias no intencionadas de los diseños institucionales y la forma en que las decisiones adoptadas en el pasado inciden en las decisiones del presente, creando una dependencia de senda (path dependency).
b. Institucionalismo racional.- El redescubrimiento de las instituciones por parte de los politólogos coincidió con un fenómeno similar en el campo de la “teoría de la elección racional”. En las disciplina económica, el nuevo institucionalismo han nacido como contrapartida de los excesos provenientes de la economía neoclásica, que parte de la idea de la elecciones racional de los actores, dando por sentado una racionalidad sin restricciones y sin costo de transacción. Para estos teóricos, las instituciones carecían de valores explicativos, los individuos eran concebidos como átomos conectados entre sí por su interacciones, de tal manera que el comportamiento político, poco se diferencia del comportamiento económico; es decir que se concibe a las instituciones “como conjunto de reglas que son obedecidas debido a la amenaza de una posible sanción, de manera que desde esta posición se asume que los individuos se desempeña como seres racionales capaces de calcular si el beneficio de no obedecer las reglas es mayor o menor que la sanción, o el cual es la probabilidad (en caso de romper reglas), de ser descubiertos y sancionados”(Marcha y Olsen, 1997). Para Douglas North las instituciones priman o penalizan los comportamientos frente a otros: son, por tanto “las reglas del juego de una sociedad o, más formalmente, los constreñimientos diseñados por las personas para moldear la interacción humana. En consecuencia, estructuran, los incentivos de los intercambios políticos, sociales o económicos” (North; 1990).
Para esta corriente teórica, las instituciones no serian otra cosa que los grandes marcos de referencia a través de los cuales se desarrollaron la economía, se producen las relaciones en función de intereses, preferencias, consumo y satisfacción. Así pues el neoinstitucionalismo económico, concede importancia y hace énfasis en los procesos de negociación y transacción gestados entre los diferentes actores institucionales, partiendo de la premisa según la cual los actores actúan y se desenvuelven de acuerdo con una racionalidad e información que los conduce a maximizar sus decisiones en función de unas utilidades y objetivos. Esta conclusión, esta vertiente se centra en primero, el supuesto de racionalidad instrumental y maximizadora de los actores; segundo, en el planteamiento de la acción política en términos de dilemas de acción colectiva, debido a los cuales la racionalidad individual tiende a producir resultados subóptimo desde el punto de vista agregado; tercero, el énfasis en los comportamiento estratégico de los actores, es decir, la suposición de que los actores antes de emprender un determinado curso de acción intenta anticipar que harán los demás a conclusión; y cuarto, la consideración de las instituciones como instrumentos designados ex iniciado para reducir las incertidumbre inherentes a toda interacción humana.
c. Institucionalismo sociológico.- Además de las anteriores versiones históricas y racionales, la sociología también muestra un renovado interés por las instituciones. El institucionalismo sociológico puede ser visto como un proceso de cambio de paradigma dentro de la sociología de las organizaciones. Representan un salto cualitativo respecto del viejo institucionalismo sociológico, que ya aceptaba que las instituciones reflejan estructuras de valores subyacentes asumiendo que su función consistía más en producir y reproducir determinados valores y comportamientos.
El nuevo institucionalismo sociológico va mas allá, adoptando el programa constructivista de acuerdo con el cual la realidad esta socialmente construida y en consecuencia los conceptos tales como “racionalidad” o “institución” son inseparables del contexto social en el que se reformulan. Es decir, las preferencias de los individuos resultan de la interacción social o son creadas por las instituciones, la cultura, el hábitat y otras pautas, pero nunca son autónomas, exógenas o individuales, por tanto el comportamiento de los actores políticos responde más a la influencia de pautas culturales que racional-institucionales. En definitiva, no se trata tanto de que las instituciones marquen lo que es apropiado que hacer cada momento, sino que constituyen estructuras completas de significado para interpretar las acciones individuales en cada contexto, así que las instituciones constituyen marco de significados, percepción y comportamiento; indican los actores lo que deberían preferir en cada momento, y no son, por tanto simple instrumentos para la realización de sus preferencias. Este giro hacia las percepciones, las identidades y las culturas, queda plasmado en la definición de las instituciones que adopta el nuevo análisis organizacional: “Las instituciones no son solo las reglas formales, los procedimientos o las normas, sino los sistemas simbólicos, los guiones cognitivos y las estructuras morales que da significado a las acciones humanas” (Hall y Taylor, 1996).
Algunos autores, como Rivas Leone añade una cuarta corriente a las ya comentadas, el neoinstitucionalismo politológico, en cuyo seno se integran los presupuestos de análisis racional procedentes de la corriente económica y del análisis institucional sociológico en el estudio de la política. Esta corriente centra la atención en los mecanismos a partir de los cuales los individuos y las organizaciones toman decisiones, en consecuencia, las instituciones no se entienden desde un plano normativo sino que se revaloriza las cuestiones referidas al liderazgo, la burocracia, parlamento…
Esta corriente privilegia la cuestión del cambio institucional como proceso que supone la emergencia de nuevas interacciones, “la presencia de nuevos actores políticos, con nuevos costes de transacción, incluyen nuevas rutinas, reglas de juego, en aras de mayor eficiencia y estabilidad, aunque muchas veces no ocurran y se consigan dicho fin”. El problema del cambio social radica en que dentro del cambio institucional es más fácil iniciar el cambio que controla sus resultados.
Desde esta postura se retoma el papel ejercido por el Estado, y paralelamente a su importancia se destaca el papel que juegan los partidos políticos, grupos económicos, OGN´s y parlamentos como integradores de orden y estabilidad de los sistemas políticos. Estas instituciones aportan lo que March y Olsen (1997) han identificado como “elementos de orden”.
4. Conclusiones
En definitiva el neoinstitucionalismo supone la emergencia de ciertas dimensiones del Estado, fundamentalmente de las capacidades internas; lo cual ha supuesto una interesante agenda de investigación en política y en economía comparada, al tiempo que permite avanzar hacia una visión interdisciplinaria, dado que, en una expresión más directa supone la ruptura disciplinaria tradicional entre la Ciencia Política, la Historia, la Sociología y la Economía.
El neoinstitucionalismo parte de la convicción de que las instituciones importan y son columnas vertebrales entre la estructuración de la política y la estabilidad, para la interacción política en ambos.
El Estado debe construir nuevas políticas públicas que se constituyen como ámbitos de mediación entre la sociedad y el mercado. Mediación que debe ser entendida como distribución de ingresos, oportunidades y capacidades para la mayoría de los ciudadanos.
Un aporte de la Dra. Nieves Lagares, Decana de la Facultad de Ciencia Política y Sociales, de la Universidad de Santiago de Compostela
miércoles, 13 de mayo de 2009
El Neoinstitucionalismo
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